–Presidente
Ryder, ha sido usted asesinado.
Al señor Ryder no
le habría sorprendido tanto si lo hubieran atado a una rueda de
fuego haciéndole girar mientras el lanzador de un circo ambulante,
con un vestido de mallas verdes y con los ojos vendados, le disparara
dardos envenenados ante una multitud enfervorizada.
–General,
¿dónde?, ¿cuándo?, ¿quiero saber qué ha pasado, qué es lo que
ha fallado?, ¿fue la programación temporal?
–No,
presidente, todo salió según estaba previsto. Pero ocurrió lo
impredecible. El factor humano.
–Pero,
general –el presidente se mesa sus escasos cabellos y contiene a
duras penas un furor en progresivo aumento–, para qué está usted
en nómina, usted y los miles de soldados que forman ese ejército
indestructible del que me he rodeado.
El general Arnoldo
deja sobre la mesa del despacho unos diarios del año 2107.
–Pensé
que quizá le gustaría saber que tuvo un funeral por todo lo alto,
con la presencia de los dirigentes del mundo entero. Aunque tampoco
se puede decir que haya dejado una huella perdurable.
El presidente pasa
por alto el sarcasmo del general, echa un vistazo por encima a los
diarios y pregunta por fin.
–¿Se
sabe quién ha sido? –balbucea en un gemido casi inaudible.
–Su
querido Axel –responde imperturbable el militar–, viene en los
periódicos.
–¿Cómo
es posible?
–De
un disparo –se señala en un lugar central entre los ojos de su
propia cara.
–¿Pero
por qué?
–¿Realmente
quiere saberlo, presidente?
–No,
no quiero saberlo, es…, es una orden, general.
–Mi
idea es que se volvió loco.
Se dirige hacia su
mesa, se sienta en su sillón, y con la mirada extraviada, mira el
pulsador de emergencia.
–Quiero
que venga aquí inmediatamente la Doctora Indira, y todo el equipo.
No mejor no, quiero estar a solas. Déjeme solo General. Necesito
pensar qué va a ser de mi Imperio –su primer impulso es apretar el
botón de conexión con su secretaria.
–No
creo que sea lo mejor presidente Ryder –dice al tiempo que le
sujeta con firmeza la mano.
Se lo queda mirando
asustado, da la impresión que es la primera vez que lo ve.
–Quién
es usted, ¿es el General Arnoldo?, ¿qué es lo que quiere de mí?
–Creo
que ya lo va entendiendo Señor Presidente –deja un papel sobre la
mesa–, fírmelo y acabaremos cuanto antes.